El niño cierra con fuerza su manita con la de una señora mayor, pañuelo cubriéndole la cabeza, que intuyo será su abuela. La instantánea fotográfica los coge sobre el fondo de un edificio en ruinas y un cielo ennegrecido. No hay vida alrededor, no hay luz, es un paisaje desolado. Alrededor del niño y la abuela socavones, asfalto desgarrado, restos de enseres abandonados por las prisas alocadas que dicta el miedo. El niño, rubio, mira fijamente a la cámara, expresa sin palabras ésa incredulidad propia de la edad infantil que no entiende lo que sucede, lo que le está pasando. La suya es una mirada sorprendida que desborda su imaginación, una mirada que ha dado el salto tremendo de la normalidad cotidiana, de las clases en el colegio y los juegos con los amigos, a la soledad absoluta junto a su abuela en un paisaje lunar donde todo se rompe: las casas, la calle, el suelo y hasta las nubes traspasadas por llamaradas de fuego.
La fotografía, que conmueve por su trágica soledad y por el desamparo que de ella se desprende, aparte de encogerte el alma te da para pensar y maldecir. ¿ Cuantos niños como éste son víctimas ahora mismo del desarraigo, lejos de sus casas, sus padres, sus risas y sus juegos ? ¿ A cuantos niños que sueñan despiertos con los cuentos en los que la magia de los buenos triunfa siempre frente a las fechorías de los malvados se les está haciendo participar de un relato brutal y despiadado de fuego, sangre y muerte ?
Que éste relato acontezca en la plenitud del siglo XXI es una muestra certera que la brutalidad humana, la vesania guerrera sigue anidando en la mente de torvos y criminales personajes. Mientras el niño continua aferrado a la mano de su abuela como única tabla de salvación y futuro.
DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer
El niño
9 de marzo de 2022