No conviene incomodar a la Administración. No hay que divulgar, bajo ningún concepto, noticias o informaciones que puedan sentarle mal al director general. Es preciso andar con pies de plomo al tratar a los funcionarios que deciden sobre el juego.
¿Cuantas veces he escuchado, a lo largo de los años, semejantes recomendaciones?. Que me han sido hechas también a mí por parte de directivos de asociaciones o fabricantes. Enumerarlas resultaría interminable. En multitud de ocasiones he oído insistentes apelaciones a la prudencia, palabras de temor por si trascendía éste o aquél asuntillo, implantación a toda costa de una política de silencio para no molestar a los reguladores y sus afines.
Por descontado que hay que medir los pasos en las relaciones del juego con aquéllos que se ocupan de su control. Relaciones que deben estar presididas por la normalidad, el diálogo y el tratar de alumbrar soluciones constructivas. Pero todo ello desde el ámbito de la libertad otorgada por las reglas que marcan el escenario de la convivencia social. Sin temores, sin precauciones gratuitas, sin encogimientos del contribuyente hacia el que vive de los impuestos que abonan los ciudadanos. Entre ellos, y en vanguardia, los empresarios del juego.
El sector del juego, que ha madurado lo suficiente y alcanzó hace mucho tiempo la mayoría de edad, todavía no se ha desprendido de ciertos complejos que arrastra desde su legalización. En circunstancias concretas y ante determinados planteamientos se empequeñece, le asaltan los miedos, no reacciona con el vigor que sería deseable. La sombra alargada de la Administración lo sigue achicando, lo achanta, le resta el empuje requerido para afrontar los problemas.
Que las relaciones entre Administración y administrados del juego entraron hace tiempo en una fase de normalidad, que incluye contactos frecuentes, fluidez en las negociaciones y coincidencia en los diagnósticos sectoriales, es algo obvio. Pero todavía subyacen, en el asociacionismo y el empresariado, rescoldos de miedos y prevenciones, de gestos en exceso sumisos y cobistas hacia los que cortan el bacalao de los reglamentos, que es preciso desterrar.
Las relaciones tienen que estar presididas por el tú a tú. Primando el respeto mutuo y el afán compartido para construir, avanzar. El juego perdió la minoría de edad hace un puñado de tiempo. Y ésta realidad incontestable hay que creérsela. De lo contrario, seguimos como en los setenta.