Se anuncia la llegada del Gordo de Navidad. El premio mayúsculo de la Lotería que cantarán los niños de San Ildefonso con su monótona alegría. Son muchos los españolitos que en éstas vísperas festivas sueñan con el Gordo y sus millones. Emprenden un viaje al país de la fantasía donde se edifican los relatos de unas vidas distintas que cambian de pronto por la magia de la suerte que llama a la puerta. La imaginación vuela sin darse respiro al pensar, por un instante, que éste año será el agraciado, el que nos volverá locos de contento merced a ésa lluvia de miles y miles de euritos que servirán para tapar un agujero, a veces de tamaño considerable, pagar el viaje del siglo, cancelar la hipoteca o darnos ésos gustazos que tanto nos tientan y que no conseguimos alcanzar.
El Gordo dice que viene y no son pocas las gentes rezagadas que acuden raudas al despacho de loterías del barrio para gastarse sus veinte euros con el décimo que acabe en 9 o en 7 y que son sus favoritos. Y a partir de ése instante y hasta el día del sorteo la cabeza se pone en marcha y pregunta: ¿ Y si ésta vez fuera en serio y me tocara ? Y luego continúa: Mira que llevo años y no he cobrado ni una raquítica pedrea. ¿No va siendo hora de recibir una ayuda cuanto más sustanciosa mejor…?
El Gordo de Navidad, castañas asadas, leyenda y tradición en la víspera del nacimiento del niño Dios, es un soplo de ilusión perecedera, un ramalazo de súbita felicidad para unos pocos y de tremenda decepción para la mayoría. Pero la esperanza es lo último que se pierde y conviene mantener la fé para alcanzarla, para tocarla con los dedos, para seguir pensando en que ahora sí, el Gordo llamará a la puerta y se harán realidad tantas promesas y se acabarán por fin tantas pesadillas. El Gordo, un sueño casi imposible, que nos hace, por unos pocos días, creer en el país de los encantos. Donde todo es posible. Con dinero naturalmente. Y del Gordo por supuesto. Mucha suerte para todos y que sean muy felices, con y sin el Gordo.