Que no, que el bingo no canta en la medida deseada. Que se ha estancado y no recupera el pulso perdido con el covid. Que hay territorios en los que se está por debajo de las cifras de 2019 lo que es para echarse a temblar. Los datos de CEJ, que se ocupa con esmero para ir dando cuenta de la evolución del sector, no invitan al optimismo. Cuatro años largos después de la epidemia el panorama está en fase sombría, con salas ante la puerta del desastre económico y los malos augurios.
¿ Que donde está la tabla salvadora, el tronco al que aferrarse para evitar el naufragio ? Más allá de que hay medidas estimulantes en cuestión de modernizar la oferta introduciendo nuevos productos en las salas, el principal problema sigue siendo uno y concluyente: la inadmisible carga tributaria. Se den las vueltas que se quiera al analizar la situación la única medicina para restablecer al paciente no es otra que la aplicación de una fiscalidad de carácter comedido, acorde con la realidad actual, sujeta a criterios objetivos y no determinada por una voluntad ideológica que sólo tiene en cuenta la voracidad recaudatoria y para nada se detiene en el análisis sectorial y su capítulo de ventas.
¿ Que negocio aguanta una tributación del 50% o el 42% sobre win, como son los casos de Cataluña y Valencia, que apenas dejan margen para un mínimo desarrollo de la actividad, que en muchos casos desemboca con el triste recuento de los números rojos?.
Bajo ésa óptica no existen perspectivas para diseñar un futuro duradero en cuanto al mantenimiento de no pocas salas. En tanto las administraciones no tomen conciencia de que la asfixia fiscal, de persistir, desembocará en la capitulación de empresas y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo la situación irá a peor. No es victimismo, no es quejarse por sistema. Es dejar constancia de un paisaje binguero más que preocupante. Quién no lo vea así o es daltónico o está cargado de prejuicios contra el sector. Y apuesta por su desaparición. Es lo que hay.