Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Dos caras, un país

19 de noviembre de 2020

Establecer similitudes entre los políticos que protagonizaron la denostada por algunos transición y los actuales es tarea vana. Por mucho empeño que pongamos no encontramos ningún parecido ni en lo ético ni en lo estético, ni en las formas ni en el lenguaje, ni tampoco guarda relación el equipaje cultural de unos y otros. Hablamos de polos opuestos separados por grandes distancias. Frente a políticos con discurso propio, que hacían de las palabras un ejercicio dialéctico admirable, tenemos a los romos de ideas que para suplir sus deficiencias y llamar la atención utilizan el insulto como principal argumento y recurren a las frases publicitarias que son puro artificio.

El Parlamento también deja traslucir el cambio operado. La arquitectura y decoración responden al modelo tradicional. No así la escenografía que ha sido objeto de una transformación brusca.  Nada que ver los protagonistas de antaño con los de hogaño. Ni en el talante, ni en los comportamientos, ni en las indumentarias. El Parlamento exige unas reglas mínimas de decoro que no se cumplen por muchas de sus señorías.

Y luego están los curriculums. En la transición accedieron al cargo de ministros muchos números uno. Gentes con expedientes académicos y profesionales muy brillantes que abandonaban puestos muy bien remunerados para dedicarse al servicio público perjudicando a sus economías. Hoy ocupan carteras ministeriales gentes con falsos doctorados, con licenciaturas muy justitas que en muchos casos no han conocido oficio ni beneficio. Y ahí están dando lecciones de todo lo que se tercie y haciendo alardes de suficiencia.

Han trascurrido más de cuarenta años y éstas son las dos caras de un país, España para entendernos. Mirando el retrovisor nos invade la melancolía: cuantos valores se han ido perdiendo y que tristeza desprende, en lo político, la España de hoy.