La campaña desatada por la izquierda política y sus medios informativos afines contra el presidente de Estados Unidos Donald Trump es brutal ,furibunda y un tanto histérica. No hay día que pase que no se aproveche para echar basura sobre su figura, decisiones y sus palabras. Trump se ha convertido en una especie de muñeco de feria al que pueden arrojarse toda clase de objetos con tal de partirle la cara. Hay que insultar, ridiculizar y hasta poner en cuestión la salud mental del personaje.
Trump es un tipo que me trae sin cuidado. Admito que tiene bastante de bocazas y que sus formas y salidas de tono no son precisamente exquisitas. Pero de ahí a ponerlo en la diana del insulto y el descrédito cotidiano hay un trecho marcado por el resentimiento político. Por el odio de los que nunca creyeron que alcanzaría la cima presidencial. Y posteriormente llevaría al país por la senda de la bonanza económica.
El otro día leí en un medio informativo nacional que vapuleaba a conciencia a Trump llamarlo payaso, embustero, manipulador, putero y lo que me faltaba oír: empresario de juego. Y esto último lo aportaba como dato denigratorio, que entra en el terreno de la delincuencia, de la catalogación mafiosa y el peligro social.
Que se recurra al juego para generalizar el descrédito hacia la actividad pone de relieve la tendenciosidad, la endeblez argumental por tópicos del ataque y la grosera fijación política de la izquierda contra Trump. Y contra el juego al que proclama su odio infinito.