Estamos en la recta final del año 2023. Con éste motivo se suceden las comidas de empresa, los brindis por el trabajo, se supone que bien hecho, y los balances del ejercicio. ¿Que como le fue al juego? Es la pregunte pertinente cuando procedemos al cierre de un ciclo anual. Y la respuesta, sin pretender pecar de pesimista, no es para echar cohetes. La realidad se impone por dura que sea en ocasiones. Y lo cierto es que la alegría económica que vivió el juego privado, en 2019 atenuada no obstante respecto a épocas anteriores, ha venido dejando paso a una situación de mejoría relativa que no se corresponde en modo alguno con la vivida cuatro años atrás. La recuperación está siendo más lenta de lo esperada, diríamos que en exceso parsimoniosa y no está alcanzado, ni mucho menos, para llenar los agujeros de grueso calibre hechos en su día por los efectos de la pandemia.
Los síntomas de recuperación no se han observado en el juego en la medida necesaria y esperada. Las ventas, como no podía ser de otra manera tras demasiados meses de inactividad, se activaron pero en porcentajes muy inferiores a los registrados antes del estallido del Covid-19.
A la contracción del mercado hay que sumar las cargas impositivas y estructurales de las empresas del sector que han ido en aumento y llegado a éste punto el panorama se ensombrece todavía más.
A éstas circunstancias hay que añadir la actitud de unas administraciones por lo general nada proclives a flexibilizar las normas del juego, antes al contrario se afanan por endurecerlas. Y entonces tenemos la fotografía completa de una industria del ocio y entretenimiento lastrada por la contracción del mercado y la incomprensión cuando no animadversión de los que mandan. Un balance de la naturaleza descrita no invita precisamente al optimismo. Pero tampoco es cuestión de desfallecer. Hay que perseverar en la lucha cotidiana y salir adelante. Contra viento y marea que son fuertes. No queda otra.