La Administración de Baleares es cuanto menos peculiar. Tanto que para salvar vidas o aliviar dolencias el requisito esencial es la lengua. La catalana claro, porque la de Cervantes queda en un segundo plano. Esa peculiaridad deviene en puro desbarre político y hace que los médicos se tiren a la calle para denunciar tamaña insensatez.
Que la administración de las islas tiene sus bemoles en cuanto arbitrariedad y técnicas de avasallamiento lo certifica el que unos abogados tengan que solicitar el amparo de su Colegio ante la actuación de la Comisión Balear del Juego.
Y ya que andamos con el juego y las Baleares de por medio dejar constancia de que en las islas ni el juego es ocio ni tiene calidad. Eso al menos se deduce tras conocer que el juego ha quedado al margen, o sea inexistente a todos los efectos, de la denominada Plataforma de Ocio de Calidad promovida por la consejería de Salud, la de la ocurrencia de la lengua. A éstas antologías del disparate que abundan por aquéllos pagos habría que añadir otras relaciones con el juego que atufan, que despiden olores gansteriles, que responden a intereses espúreos, Baleares es un paraíso para bañarse. Sus aguas trasparentes. Todo lo contrario que en la Administración. Opaca, avasalladora y sectaria en no pocas decisiones políticas. Que se lo pregunten al juego y tendrán la respuesta.