Al juego hubo temporada que le dio por llevar a sus eventos de cierto renombre a personajes de la política. Que la verdad es que vestían mucho los actos programados pero solían dejar escasa huella. Palabrería fecunda y bien estudiada, muy de manual, pero midiendo los términos llegado el momento de definirse por el sector y airear una defensa que nunca ha solido traspasar la barrera de lo protocolario. Las susodichas invitaciones han obligado al previo paso por taquilla, que supongo se habrá abonado a través de distintas fórmulas.
Ahora le ha tocado el turno al recurso de convocar a deportistas de élite para dar brillo a la cita sectorial. Conociendo el percal no cabe esperar manifestaciones de altura intelectual en éstas comparecencias. Si bien tratándose de gentes que gozan de amplia popularidad y han sido objeto de reconocimiento público es cierto que su presencia aviva la curiosidad del audi-torio. Interesado en definitiva en ver que se desprende realmente de su perfil profesional y personal, que siempre deparará motivos para avivar la curiosidad y admiración general.
Cada entidad o empresa es dueña última de sus destinos y está en su derecho de obrar como estime más oportuno. Y de elegir a la figura pública que considere más adecuada para dar brillo social a las convocatorias que organiza. No voy a cuestionar cualquier decisión en éste sentido. Si alguien me pidiere mi opinión sobre el particular lo tendría meridianamente claro. Entre las alternativas a elegir no optaría por la del político, en su versión femenina o masculina, porque poco importa el sexo cuando los patrones de actuación suelen ser coincidentes en lo esencial. Deportista, actor, científico, poeta, torero o cocinero, y vengan más populares, son más recomendables que los integrantes de una clase política, la de hoy, mediocre por lo general, que únicamente trata de quedar bien sin asumir el menor compromiso. Ejemplos hay múltiples que así lo certifican.