El sentido de la proporcionalidad es algo básico en todos los órdenes de la convivencia. Cuando ésta se quiebra algo falla, algo no funciona como debiera. Y lo digo porque estamos delante de un caso de desproporción manifiesta. Cuando saltó lo del niño premiado por la lotería se armó la mundial. Se multiplicaron las voces de protesta y denuncia y hasta se pidió la intervención del Rey , que manda huevos. Hubieron críticas desaforadas y otras tan razonadas como contundentes. Lo destacable es que diversas asociaciones empresariales reaccionaron con presteza y argumentos poniendo el dedo en la llaga de un suceso inadmisible protagonizado por un menor.
Acto seguido tuvo lugar la comparecencia de Miguel Ángel Revilla en El Hormiguero de Antena 3. Más de tres millones de televidentes escucharon desde el sofá de sus casas las barrabasadas y falsedades que éste tipo, imagen fidedigna del político populista, embaucador y jeta dijo sobre el juego. Un sermón cuyos mensajes, sin pasar por ningún tamiz, se tragó la mayoría de la audiencia. Y cuyos tonos escandalosos calan, sean ciertos o no, en la sociedad.
Ante tan brutal ataque, de infinita mayor trascendencia que lo del niño, la reacción del sector ha sido más bien tímida, casi ha imperado el chitón. Se han oído protestas y expresado indignaciones pero en muchísimo menor grado que el anterior. No ha existido proporcionalidad alguna ante ambos sucesos. Aquí se pasó de la desmesura a la resignación. Y en el término medio, como decía mi abuelo, está la virtud.