En una tienda de quesos gourmet de Alicante el propietario las daba con queso que es lo suyo. El tipo había tomado buena nota de tantas secuencias de cine negro americano que mostraban, tras la plácida imagen de una peluquería o una tienda de regalos, un doble fondo que ocultaba un garito con todas las de la ley. De una ley hecha para incumplirla en todos sus términos y con todas sus consecuencias. En aquéllos garitos míticos de la época de la ley seca que tuvieron continuidad, donde había una permanente neblina con aromas de tabaco rubio, no faltaba ningún detalle: bar bien provisto de whisky con vaso preparador para los dry martinis, mesas de juego, ruletas, música y chicas alegres. Y un aire entre canallesco y romántico en el que encajaban la mujer fatal y el gánster que exhibía su condición de tal.
La versión de lo encontrado en la tienda de Alicante no era tan ostentosa ni tan de cine negro pero cuidaba la escenografía: tapetes verdes, fichas, barajas, esencia de póker, bebidas y hasta sus rayitas de coca para los aficionados al perfume. Y el casino ha estado funcionando, al parecer, plácidamente durante muchas noches de impunidad, clientela fija y buen trasiego de dinero.
Este es un hecho puntual que sobresale y llama la atención por ser una especie de remedo cinematográfico. Pero en otro plano grosero y menos vistoso siguen existiendo múltiples tenderetes de juego clandestino que se ciscan con los reglamentos, las leyes y lo que haga falta y que continúan dándolas con queso. Aunque no sea de tienda gourmet.