Prejuicios, tabúes, estereotipos, leyendas oscuras. Son catalogaciones que pesan desde tiempo inmemorial sobre el juego y que no hay manera de lograr que se desprendan de la actividad y su calificación. Es cierto que los avances que se han ido produciendo en el sector, desde los ámbitos empresarial y laboral, han desmontado tesis negativas carentes de veracidad. Pero sigue habiendo un sustrato que impide visualizar socialmente el juego con normalidad.
Esta visión se ha ido envenenando en la medida en que partidos políticos de extrema izquierda han hecho del juego privado un objetivo de descrédito, sectarismo ideológico y voluntad de combatir. La consigna es clara: hay que afanarse en tratar de erradicar o frenar el juego. Y en su cumplimiento hay quienes están demostrando una afición desmedida.
No es cuestión de eximir al sector de errores que han servido para su utilización por aquéllos que se la tienen jurada. Pero ello no impide denunciar que se han cruzado muchas líneas rojas, y nunca mejor expresado, en la criminalización del juego privado, sus empresarios y sus profesionales.
Se han cubierto muchos trechos de mejora, de trasparencia, de responsabilidad corporativa. Actuan portavoces en la defensa sectorial. Y la imagen que se proyecta sigue viéndose por su lado oscuro. ¿ Que hacer entonces ? A quién tenga la respuesta resolutiva hay que darle el premio.