Es un verdadero clamor el que sale de la garganta de los empresarios y trabajadores del juego de Cataluña por el castigo, la discriminación y el cerco sistemático al que someten al sector. Son meses de cierre persistente, de empresas abocadas al desastre económico, de empleados suspendidos temporalmente en sus funciones o al borde del paro. Es un cuadro dantesco el que se vislumbra en Cataluña, un cuadro absolutamente tenebroso que está ahogando a numerosos empresarios y sumiendo en la desolación a miles de familias. Y sin que la Generalitat muestre voluntad de dejar de apretar la garganta de un sector que está siendo presa de la asfixia.
No están valiendo para nada las recomendaciones del Síndic de Greuges que ha instado al gobern que valore la reapertura de las salas de juego. Y lo ha hecho poniendo por delante una razón de peso: no existe evidencia de que éstos locales tengan incidencia alguna en la propagación de la pandemia. No se están escuchando las voces airadas de los trabajadores que salen en defensa de sus empleos y piden la vuelta a la faena cotidiana. Ni se atienden las demandas de apertura que solicita la patronal. En Cataluña se ha entrado en un auténtico diálogo de sordos donde el sector habla y se desgañita y la Genetalitat hace oídos sordos.
Cuando la actividad comercial se flexibiliza en el territorio catalán el juego sigue castigado, cual si fuera un sector apestoso. Sin ningún indicador fiable que avale semejante despropósito político. Todo obedece a motivos ideológicos, al sectarismo propio de quienes, desde el poder, han hecho del juego un enemigo a abatir. Tremendo y del todo punto denunciable.