Un ministro del Reino de España, por formación y principios, debe de ejercitar la prudencia en sus manifestaciones públicas. Y ante temas más o menos controvertidos tiene que saber manejar la mano izquierda, utilizar la mesura, no echar leña al fuego. Un ministro, dada la representatividad que ostenta, no puede estimular el enconamiento máxime cuando el asunto afecta a un colectivo que se considera perjudicado.
Don Alberto Garzón, ministro de Consumo, de cuya filiación comunista alardea, posee un rasgo de su carácter algo chulesco, que muchas veces se ve reflejado en sus declaraciones poco amigas de la mesura y más partidarias de la altisonancia, del armar ruido, del llamar la atención. Quizás esto también sea debido a que dirige un departamento con escasas competencias, con muy poco trabajo y tal vez por eso, para entretenerse, la ha tomado con el juego.
La Liga de fútbol ha recurrido la nueva normativa sobre publicidad. Y sin pensárselo dos veces el ministro ha respondido: “La Liga antepone sus beneficios a la protección de millones de jóvenes. Nos tendrá enfrente.”
El lenguaje del señor ministro suena a bélico, a mensaje de guerra, de preparación de trincheras. Y con rúbrica chulesca. El buen sentido tendría que hacer recapacitar al señor Garzón. Y como dispone de tiempo sobrado para ello debería caer en la cuenta de que un ministro, por modos y comportamiento, no puede seguir siendo el rojeras que participa en el mitin del barrio, para airear las viejas soflamas de siempre.