Don Pablo Bustinduy, por si no les suena el nombre y la profesión, es el flamante ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, que tuvo como antecesor en el cargo a doña Ione Belarra y don Alberto Garzón ambos de la misma cuerda política que don Pablo. Lo que sucede es que éste último se bajó del autobús podemita para subirse al de Sumar. Han sido dos sus predecesores por haberse percatado el presidente del gobierno de que en Consumo había muy poquito trabajo y era preciso añadirle otros cometidos para que el titular del departamento no se aburriera, circunstancia que aconteció en la época de Garzón.
A lo que íbamos. Bustinduy acudió al Casino de Madrid, ojo al Real Casino no confundirse, para hacer balance de sus primeros cien días de gestión. Y resulta que no mencionó al juego para nada aunque es materia de su directa competencia. ¿ Olvido o ignorancia deliberada del asunto por no querer entrar en temas abonados para ejercer la demagogia ? La respuesta queda en el aire pues mis dotes de adivino no alcanzan para aclarar discernimientos de ésta naturaleza.
Si me permiten una opinión pienso que el olvido de Bustinduy respecto al juego y sus avatares es positivo para la parte del sector que se ve directamente afectada por su gestión. Al menos don Pablo no exhibe la sociopatía que caracterizaba a don Alberto Garzón, que hizo del juego, de la guerra a los chuletones y de los juguetes sexistas su trilogía de entretenimiento para justificar su labor, por decir algo, en un ministerio de andar por casa.
Que el foco de atención preferente no sea el juego para don Pablo Bustinduy representa un cierto alivio, un respiro después de soportar la tremenda ojeriza desplegada por un individuo cuya obsesión no era otra que prohibir, prohibir y prohibir. Concedamos el beneficio de la duda y esperemos que don Pablo Bustinduy dispense al juego un tratamiento no derivado de la ideología y sí inspirado en análisis ponderados. Hay que asumir que es difícil que ésto ocurra pero lo último que se pierde es la esperanza. Á ella conviene aferrarse. No queda otra.