En Valencia todavía se recuerda hoy la visita del entonces conceller de Hacienda del PP, Juan Carlos Moragues, actualmente delegado del gobierno en la Comunidad, a un bingo de la capital. Ocurrió en 2014 y aquello poco menos que tuvo carácter de acontecimiento por lo insólito. Un político del primer escalón del gobierno autónomo recorriendo una sala de bingo, ¿ donde se había visto éste hecho tan singular antes ?. No había memoria de ello porque jamás se registró una visita de éste tipo al menos de manera oficial.
Sucedió en Valencia pero el dato es extrapolable al resto de territorios. Los consejeros de los gobiernos autónomos que ostentan la máxima responsabilidad del juego se cuidan mucho de pisar el suelo de un bingo o un salón. A la apertura de los casinos, por aquello de ser establecimientos de catalogación más elitista, sí acuden en las jornadas de fiesta inaugural. Pero ahí se acaban las comparecencias. De lo de entrar en un bingo, ni de coña.
Menciono ésta especie de aversión física de los políticos relacionados de manera directa con el juego ante el anuncio de que el director general de Tributos y Juego de la Comunidad Valenciana estará próximamente en la misma sala a la que acudió en su día Moragues. Algo que supongo también será objeto de celebración por el escasísimo número de visitas de éste tipo que se registran a los largo de los años.
No son sólo los consejeros los que rechazan su presencia en los locales de juego. Es que los reguladores tampoco se distinguen precisamente por su asiduidad a los establecimientos del sector. Todos están en la pomada, ordenan y mandan, hablan y acuden a los foros sectoriales, los del segundo escalón me refiero, pero significarse, fotografiarse, dar la cara en un bingo o un salón nanay. Que hay que cuidar la imagen y el juego sigue dando repelús. ¿ Hasta cuando habrá que soportar unas actitudes de ésta naturaleza de unos servidores públicos cuyas responsabilidades y salarios provienen del juego ?. Como en la canción: pasarán más de mil años…
