Cuando Ignacio Benítez Andrade llegó a la presidencia de CEJ poniendo fin a un largo período de inanidad se inventó las asambleas itinerantes. Una idea acertada que hizo que las distintas autonomías asumieran un protagonismo destacado cuando se convertían en organizadores de una de éstas citas en las que ejercían como anfitriones. Y la verdad es que las asociaciones territoriales al tocarles el turno de ser sede de una asamblea se afanaban lo indecible por cuidar todos los detalles, con escapada turística incluida, para que los directivos desplazados hasta el lugar se sintieran a gusto. Y desde luego puedo asegurar, porque fui testigo directo de todos aquéllos encuentros, que conseguían con creces su propósito y solían dejar en todos los casos el listón de las atenciones muy alto.
Nunca el bingo español vivió una etapa de confraternización y unidad como entonces. Problemas sectoriales no faltaban, por supuesto que los había y en abundancia. Pero se abordaban desde una óptica de unidad, de entusiasmo compartido y de ganas de estrechar lazos para entre todos salir adelante. Y como las jornadas solían ser de día y medio había tiempo para el compadreo de buena ley, la evocación y la risa y tampoco faltaba la expansión gastronómica que solía cuidarse con tanto esmero como buen gusto. La experiencia era muy positiva y ayudaba lo suyo a fortalecer y hacer más visible la patronal del sector.
Hoy es impensable una situación como la descrita. La CEJ se desgajó muchos años atrás, las razones las tengo claras pero me callo, y el sentido unitario está roto. Tampoco la época es la misma. La actualidad asociativa es ahora más esporádica, protocolaria y concisa. Lo que significa que las páginas del ayer no volverán a reescribirse.