Para ejercer la medicina en centros sanitarios públicos de Baleares hay que hablar catalán. Es uno de los principales requisitos exigidos por el gobierno autonómico. Los méritos académicos del galeno se supeditan al dominio de la lengua vernácula. Toma del frasco. Y para tocar el violín, función en la que no hay que hablar, sólo se exige acariciar las cuerdas del instrumento, sucede otro tanto: si no hay dominio del catalán el violín se queda sin tocar. Todo esto, acontece en unas islas, las Baleares, paraíso turístico internacional por excelencia, donde tradicionalmente el inglés se ha hablado casi tanto como el español. Y ahora, en la era de la globalización, los políticos que mandan allí, con los socialistas apoyados por populistas e independistas, tratan de imponer el catalán a machamartillo, con calzador y a la trágala.
Los disparates con escenario balear no acaban ahí. En el juego se vienen dando con profusión y los platos rotos de la incompetencia administrativa los pagan los empresarios. Y hasta los abogados han tenido que pedir amparo a su colegio profesional frente a las actuaciones de la Comisión Balear del Juego.
El último lío, la última prueba de la incompetencia política que existe en el juego de Baleares está en la inexistencia real de una ley sancionadora que pueda aplicarse legalmente. Porque la Administración, mire usted que olvido o dejadez o torpeza o chulería no remitió a Bruselas, como es preceptivo, la Ley de Juego y Apuestas. Y a partir de tan flagrante descuido se van desencadenando los líos. Que habrá que dilucidar mediante recursos, impugnaciones y autos. Pero, ojo, eso sí: escritos en pulcro catalán.