¿Somos los españolitos amigos de la autocrítica ? ¿ Practicamos el sano ejercicio del inventario personal y admitimos nuestros errores o carencia ? La respuesta viene dada: rotundamente no. Aquí más que la autocrítica lo que prima es la crítica, producto del deporte nacional por excelencia: la envidia. Aquí lo que abunda es el despellejamiento del vecino o el compañero, el poner a parir al familiar aunque nos toque de cerca y el acribillar con dardos venenosos al triunfador de turno. Pero juicios negativos o simplemente destinados a la corrección de comportamientos o actitudes, de eso ni pensarlo. El grado de autosatisfacción propia es, por lo general, altísimo.
Esta ausencia de sentido crítico se da en todos los sectores. Y por descontado que no falta en el juego. Aquí, damas y caballeros, están los más audaces, los más chulos, los más listos, los que más ganan y los que más saben. Y no te atrevas a dar alguna sugerencia, plantear una duda o poner en tela de juicio una barbaridad porque te despachan con cajas destempladas o te miran por encima de un hombro extremadamente elevado, tanto es así que te contemplan como a un enanito.
De la autocrítica cero habría que pasar, por lo menos, a un examen suave del propio comportamiento, a caer en la cuenta de que somos guapetones, inteligentones como los que más, emprendedores que ni te cuento y millonetis de los de mercedes supersónico y lo que sigue a continuación. Que ya lo adivinan ustedes. Pero, por favor; una miajita de humildad, un pelín de autocrítica. Esa medicina cura y reconforta. Pruébenla y no se arrepentirán.