El juego está afectado de asociacionitis. Es algo de lo que vengo escribiendo desde tiempo atrás. Aquí hay asociaciones a barullo, para dar y vender. Asociaciones que representan los intereses de un colectivo, de un grupo de empresas, de una peña de amigos y hasta las hay individuales. Sí, aquí el asociacionismo a la carta y se han montado tenderetes personales para mayor gloria del papá de la idea.
En una economía de libre mercado como la nuestra es lógico y debe aceptarse que cada quisque se asocie con quién quiera y que nazcan las asociaciones que hagan falta o que respondan a las estrategias de intereses concretos.
Nada que oponer en éste sentido. Sólo una pregunta: ¿Es buena o mala la sobredimensión de la oferta asociativa? En su momento ha habido reguladores que se han quejado públicamente de una excesiva dispersión de las voces empresariales a la hora de canalizar sus problemas. Y también alguno de ésos mismos reguladores rectificaron posteriormente y alabaron la pluralidad asociativa como vehículo enriquecedor en materia de propuestas. Criterio coherente se llama eso.
El quid de la cuestión no radica en que estén censados más o menos asociaciones- Aunque personalmente opino que es más eficaz una concentración de voces sólidas llegado el momento de plantear reivindicaciones que una disgregación cuando se trata de dialogar con los que mandan. Pero allá cada cual con su postura y su sentido del asociacionismo.
El mal de la asociacionitis, que existe, consiste en que dentro de la proliferación de asociaciones las hay operativas y las hay que están dormidas, o que llevan mucho tiempo disfrutando de la siesta. Asociaciones que surgieron por motivos coyunturales, o por hacerle la puñeta al empresario de enfrente o por puro figureo personal de un tipo y ahí siguen. Tapaditas y dormitando placenteramente. Jugando a verlas venir para de tarde en tarde levantar la cresta y dar fe de que existan. Aunque trabajen más bien poco o nada. Esa es la enfermedad de la asociacionitis que padece el sector. El diagnóstico es personal. No podía ser otro.