El llevar la tira de años en el ejercicio del periodismo sectorial te convierte en cronista de un tiempo ido, apasionante y preñado de incertidumbres propio de una actividad que acababa de ser legalizada. En el plano asociativo se vivió con ilusión e ímpetu la etapa constituyente, en la que se crearon las asociaciones representativas de los distintos subsectores, polarizadas en la primera época alrededor del bingo y las máquinas.
Asentadas las asociaciones y en fase de funcionamiento pleno y nervio reivindicativo fui testigo de elecciones muy disputadas, previa realización de campañas electorales entre los afiliados, algunas de las cuales acabaron con rupturas de la entidad y la posterior creación de otra nueva. Había interés por alcanzar el mando de una asociación y la ocupación del cargo se disputaba con ahínco y entusiasmo. Era aquél un asociacionismo de trinchera, interpretado como la defensa peleona a todos los niveles de los intereses sectoriales.
Desde hace unos años el panorama ha cambiado de manera sustancial. El signo del continuismo es la tónica general en la mayoría de asociaciones. Se suceden la repetición de los mandatos y si éstos se alteran, por decisiones personales o exigencias estatutarias, el relevo está garantizado sin ningún tipo de incidencia. Da la impresión de no existir demasiada apetencia por ocupar un puesto de ésta naturaleza.
Se ha pasado del asociacionismo de trinchera al del sosiego desde una perspectiva interna del asunto. ¿ Es buena o contraproducente ésta inercia ? Lo cierto es que al principio estaba casi todo por hacer y había mucho que pelear y reivindicar. Pero hoy tampoco faltan motivos para la actuación y la defensa vista la actitud de algunas administraciones. El continuismo es aceptable si se mantiene vivo el espíritu de lucha y la voluntad de plantar cara. Si no es así entramos en fase de alarma.