Me dice un empresario del juego, veterano, con espolones asociativos y años de dura pelea: “El asociacionismo ha perdido fuelle, garra, lucha reivindicativa. Se ha acomodado, no planta cara como antaño, y muestra su cara dócil, amaestrada, frente a las administraciones. La prueba de lo que te digo es que si revisas el panorama, en casi todos los subsectores, verás que la mayoría de presidentes llevan la tira de años en el sillón. Y eso significa apoltronamiento, calma, ineficacia.”
Algunos de los razonamientos de mi interlocutor responden a una realidad que se refleja en el espejo asociativo actual. Las asociaciones, hoy, no responden en sus movimientos ni acciones al ritmo que imprimían a sus estrategias veinte o veinticinco años atrás. Entre otras causas porque entonces eran mayores y más urgentes los objetivos pendientes de alcanzar sectorialmente y se imponía por tanto una actividad intensa, frenética en ocasiones, y de lucha abierta con unas administraciones ancladas en épocas pretéritas. Había un talante asociativo aguerrido, personalizado en gentes curtidas que no hacían ascos al enfrentamiento verbal, y hasta de obra, cuando se trataba de preservar su parcela y salvaguardas sus derechos.