Londres me cautivó cuando la conocí y la disfruté hace un puñado de años. Recuerdo que mi primer viaje, que tuvo carácter profesional, incluyó una visita turística con parada en el parlamento, apabullante pedazo de historia, y confidencias tales como estar en el aposento donde el duque de Edimburgo tomaba sus gin-tonics mientras la Reina, rodeada por el boato de los lores, pronunciaba el discurso solemne de la corona. Conocí y pisé los puentes que atraviesan el Támesis y me acercaron a la Torre de Londres, símbolo de la urbe y todo un tesoro arquitectónico que desprende aroma de siglos y es nido de leyendas, fragor de batallas y escenario de torturas. Y a la media tarde no podía faltar el alto en el camino del curioseo para recalar en el pub y meterte entre pecho y espalda varias jarras de cerveza negra que allí saben tirar como en ningún otro sitio del mundo.
Londres es conducir al contrario que el resto del orbe, los autobuses de dos pisos, las casas armónicas de otro tiempo que parecen gemelas y las calles en las que los conductores hacen filigranas para circular en ambas direcciones sin apenas besarse de puro milagro. Londres es meterte de manera obligada en los almacenes Harrods para inundar los ojos de una escenografía rutilante y sobrecargada, de la que evoco las langostas vivas de la sección de delicadezas gastronómicas. Y Londres es el hotel Selfies en el que recalé varios años y cuyos almacenes son más selectos que Harrods, de los que guardo la memoria de su ostrería del sótano donde podías degustar éstos moluscos de variada procedencia acompañados de una gama de champagnes increíble con predominio de los rosés.
Y Londres es su feria del juego, la más grande y completa del universo, con miles de máquinas, ruletas y todo lo que huele a azar. Engalanada por esculturales azafatas, cuajada de luces, música y propuestas novedosas, con chispazos de creatividad en cada stand. Una feria que no sabemos si tendrá por fin lugar éste maldito año que heredó otro trágico y que nos ha hecho perder muchas cosas. Entre otras el reencuentro con Londres que evocamos con nostalgia.