Aseguran algunos que las administraciones autonómicas y municipales han ganado mucho en agilidad. Que pasaron los tiempos del vuelva usted mañana o dentro de quince días. Que ahora hay más atención, más diligencia y el funcionario se muestra solícito, consciente de que está al servicio del ciudadano que contribuye al pago de su soldada. La estampa del empleado público con manguitos que parapeteado tras su ventanilla, gesto adusto y aíres de superioridad, actuaba con parsimonia extrema y no se avenía a dar ninguna facilidad parece que pertenece a otra época. Estamos, dicen, en ciclo nuevo, y el servidor de lo público es consciente de que hay que ponerse a disposición de la gente para que la burocracia no sea un freno pesadísimo para sus vidas y sus problemas.
Confieso que sí, que he podido observar una cierta transformación en las actuaciones profesionales de los funcionarios. Que suelen mostrarse, por lo general, atentos, pacientes, predispuestos a ayudar. Pero una cosa son las actitudes personales y otra bien distinta la maquinaria administrativa. Que salvo contadas excepciones continúa siendo lenta, pesada, que eterniza hasta lo indecible cualquier trámite por simple que sea.
Si nos remitimos al tema del juego la cuestión es desesperante. Depende de territorios, por supuesto. Pero los hay en los que la homologación de una máquina es aventura que se sabe cuándo se inicia y cuya finalización es del todo punto imprevisible. Expedientes que duermen el sueño eterno. Peticiones de respuesta que se alargan indefinidamente o no son tenidas en cuenta.
Que se han registrado avances, faltaría más. Pero la administración en conjunto demanda de un engrase que le confiera velocidad de crucero, voluntad de simplificar el papeleo, quitar el polvo de los cajones y contar con gentes con verdadera vocación de lo que significa lo público. Hasta que esto no se consiga plenamente estaremos en el vuelva usted mañana o dentro de no se sabe cuantos días. Una vergüenza en definitiva.