Algunas asociaciones que dicen luchar contra la ludopatía, cuyos dirigentes llevan la tira de años viviendo del cuento, suelen participar con los empresarios del sector en foros de opinión e iniciativas destinadas al fomento del juego responsable. Y montan de vez en cuando sus debates para recordar que existen. Presuntamente trabajan por la rehabilitación y pasan factura a las empresas y entidades que financian su subsistencia y pagan sus saraos.
Visto así el asunto, se podrían hacer objeciones al funcionamiento de estas asociaciones. Pero no radica ahí el quid de la cuestión. Lo verdaderamente lamentable, y denunciable también, es que hay tíos que abanderan el cotarro, confraternizan y le ríen las gracias a los empresarios, que son los que apoquinan la pasta, y luego se van a la acera de enfrente.
Porque no pequemos de incautos. Eso es lo que sucede en muchas ocasiones. En las que metidos en el saco de la izquierda radical y terminales afines, están las asociaciones de ludópatas. Que practican el doble juego y echan sus gotitas de gasolina al fuego. Que alientan el escándalo. Que trafican con la mentira.
Por supuesto que en estas agrupaciones hay gente entregada a una tarea encomiable que cree en lo que dice y hace. Que lucha por una causa solidaria digna. Pero no faltan en sus filas una pandilla de sinvergüenzas. Por decirlo suavemente.