Es el título de una obra teatral de Alfonso Paso, el injustamente olvidado comediógrafo que, entre una producción vastísima, dejó piezas memorables. Saco a colación éste titular por las manifestaciones que hizo Marcos de Quinto en una comparecencia reciente. Desengañado de la política declaró que hay una consigna habitual entre los aspirantes a protagonizar la vida pública: "Nunca digas la verdad sí ello resta votos."
Partiendo de ésta recomendación y a tenor del significado de la misma caemos en la cuenta de que para el desarrollo de la política, para el ejercicio de este presunto noble cometido la verdad es un concepto difuso, un bien maleable, una cualidad que se vulnera sin ningún pudor y con absoluto descaro en función de los intereses electorales del político de turno.
Lo cierto es que De Quinto no hizo ningún descubrimiento. En España nos hemos acostumbrado y lo aceptamos como la circunstancia más natural que nuestro primer mandatario se declare, por norma de conducta, enemigo de la verdad. Que hace de la verdad una mercancía desechable, carente de valor, fácilmente modificable lo que la convierte en un sin sentido. Estén los votos o no de por medio y partiendo del ejemplo de nuestro amado líder, que no le tiene el menor respeto a la palabra verdad, son muchos los políticos que hace tiempo que abdicaron de su empleo, tipos que hacen de la mentira estrategia, arma personal, recurso para subsistir y medrar, artificio para facilitar el embobamiento colectivo. La verdad se ha visto abatida, en el quehacer de una tropa de tíos muy numerosa, por el tiro de gracia de la mentira, pertinaz y sostenible, que cuela con naturalidad y sin descaro, entre una buena parte de la ciudadanía. Por eso, y visto el panorama, demos por minusvalorada la verdad y entronicemos la mentira como moneda de uso corriente. Que en política cotiza al alza.