Existe a día de hoy una coincidencia de opinión generalizada en nuestro país, al menos entre la gente que piensa un poco. Y es que, desgraciadamente, estamos dirigidos por una clase política que, en términos de globalidad, no llega ni al aprobado raspado. Nos representan unos políticos ejercitados, eso sí, en el empleo de la frase altisonante y especializados en el insulto, del que echan mano con proverbial grosería. Si pasamos al terreno de la preparación académica e incluso cívica aquí nos llevamos un chasco de padre y muy señor mío. Y entonces llegamos a la triste conclusión de que hemos caído en manos de una cuadrilla de tuercebotas con cabeza de chorlito y un escasísimo fuste intelectual.
No es de extrañar que con semejante material político nos encontremos con representantes de la vida pública, con mando en plaza, que cuando abordan las cuestiones relativas al juego dan la sensación de no tener ni pajolera idea de lo que hablan. Tipos que no van más allá de los consabidos tópicos y que no han sentido ni el menor atisbo de curiosidad para detenerse a profundizar un poco sobre los temas respecto a los que tienen que hablar o decidir, por imponerse aunque someramente del asunto y no quedarse a la hora de su enjuiciamiento en el relato tan sobado del juego y sus demonios.
No es de extrañar que esto sea así si elevamos la mirada hacia las alturas ministeriales y topamos con la figura del responsable de Consumo. Desde que tomó posesión del cargo don Alberto anda enredado con las casas de apuestas y no ha salido de ahí. Mezclándolo y confundiéndolo todo, no haciendo distingos ni precisiones, y armando unos líos de cojones. Si esto es arriba, ¿ me quieren decir que encontramos en los peldaños más abajo ?. Lamentable, pero cierto.
