El bingo está en el juego dramático de la supervivencia. Lleva en ésa lucha, en la que combate en manifiesta inferioridad de condiciones, un puñado de años. Y a lo largo de ése tiempo se ha ido dejando muchos cadáveres por el camino. Centenares de cierres de salas, ceses de negocios por asfixia económica e incontables trabajadores al paro. Un paisaje desolador que lejos de atisbar una luz de cambio persiste en sus negros nubarrones.
Apuntan a que la única tabla de salvación pasa por una fiscalidad del 10% sobre win. Que es eso o la progresiva destrucción del sector. Y que la medida debe tener alcance global y afectar a todas las autonomías puesto que en caso contrario se producirán graves desequilibrios entre territorios.
La propuesta no es nueva y la respuesta de las autonomías suele ser nula. Unicamente y desde primeros de año Andalucía dio un paso significativo situando la tributación en un 15%. El resto del panorama a escala nacional sigue siendo sombrío.
Aquí los problemas de la supervivencia del bingo son dos. La escasísima predisposición de las administraciones para dar aire, aunque sea un soplo, al juego. Y dentro de ésa voluntad de marginar al sector y ponerle las cosas cuanto más difíciles mejor se incluye la férrea decisión de mantener el dogal de la fiscalidad. ¿ Alguién por muy ingenuo que sea piensa que 17 reinos autónomos, cada uno de su madre y de su padre, unificarán criterios en materia de juego o bingo ? Hay que despertarse de la ensoñación y volver a la cruda realidad. Al sueño de la supervivencia que se queda, desgraciadamente, en eso.