Para gobernar un país los miembros y miembras que componen su ejecutivo se presume que deben reunir ciertos requisitos esenciales para realizar la alta tarea encomendada. Inteligencia, experiencia, sensatez, diplomacia, capacidad de respuesta ante los problemas, sentido de la oportunidad, saber medir los tiempos y otros atributos que harían excesivamente largo éste preámbulo. Llevar el timón de un país plantea múltiples exigencias y responsabilidades a las que hay que hacer frente con mente clara, coraje y valor.
Del inicio del Covid hasta aquí España está atravesando un cúmulo de dificultades cada vez de mayor entidad y gravedad. Que se van sorteando, de mala manera en muchos casos, a base de improvisaciones, medias verdades cuando no flagrantes mentiras, mensajes propagandísticos y el fácil recurso de echar la culpa al que sea con tal de no asumir la propia inoperancia frente a situaciones que están desbordando a los señores y señoras del gobierno.
De los graves males que nos aquejan en éstos momentos no se puede culpar a las eléctricas, a los camioneros, a los agricultores, a los pescadores, a Putin, a la Ayuso, al Rey Juan Carlos ( al que tanto gusta zurrar al diario gubernamental para tener entretenida a la parroquia ) o al Feijoo que todavía no se ha estrenado. Y para remate insultar a la inteligencia de los españolitos afirmando que todo se deriva de las maniobras traicioneras de la ultraderecha, de los fascistas.
Hay que ser realistas y llamar a las cosas por su nombre. Lo que acontece y no encuentra soluciones es producto de un presunto progresismo esmaltado por la incompetencia, inutilidad, carencia de recursos, falta de talento y no se cuantas cosas más. No se esfuercen algunos, ya lo sé: Soy un fascista de tomo y lomo.