Hablo con unos y con otros. Cruzo opiniones en ámbitos donde se analiza y discute la actualidad. Pregunto para saber lo que piensan personas que me merecen crédito. Y extraigo conclusiones. Al hilo de ésta recolección de pensamientos e ideas establezco un diagnóstico: aumenta en la gente, en mucha gente, el descreimiento hacia la clase política. Una clase que a un lado y al otro del espectro ideológico, sobre los que no es cuestión de hacer mediciones, ha dado sobradas pruebas, en términos generales, de escasa talla intelectual, de ausencia de la debida preparación, de falta de rigor y abundancia de frivolidad. Una clase política inmadura, muy pagada de sí misma, que vive del enredo, de la bronca, del tú más y suele aportar muy poco hacia lo que justifica su elección que es contribuir a la mejora de la vida de los ciudadanos.
Con sus comportamientos, con su negativismo contumaz de unos contra otros, con sus cascadas de falsedades y mentiras una buena parte de la clase política está consiguiendo sembrar el desencanto y que los electores abdiquen de sus deberes cívicos y den la espalda a aquéllos que, teóricamente al menos, dicen representarles.
Es triste que la ciudadanía pierda la confianza en sus dirigentes y les dé la espalda. Por que es precisamente ésa pérdida de confianza ganada a golpes de desafueros la que le invita a rechazar pactos, acuerdos y componendas que atienden más a los intereses de los partidos que a los del bien común.
Tenemos un abundante plantel de políticos, entre ellos los que gobiernan, que han hecho méritos más que suficientes para que el españolito de a pie, el que suda la camisa para llevar a casa el sueldo del mes, menos el sablazo de los impuestos, esté harto de unas gentes que han entrado en política para hacer del noble ejercicio su modus vivendi. Olvidándose que están para servir y no para servirse. Con barra libre incluida.