Me llama un amigo por teléfono. Sus palabras, airadas, dejan traslucir su bochorno, su indignación. Lo noto muy nervioso o más bien excitado y se confirma su estado anímico al soltarme: “¿ Has visto la que han montado éstos dos niñatos que no tienen dos dedos de frente con su guerra abierta de cara al público dando muestras de una insensatez verbal que les lleva directamente al suicidio o casi ? ¿ Pero que talla intelectual y moral han dado lanzándose a la vista de todo el mundo ataques y acusaciones gravísimas, insinuaciones y descalificaciones que no tienen parangón entre los dos supuestos principales valores de una agrupación política ? ¿ La ropa sucia, los egos enfrentados, las envidias soterradas que afloran es preciso sacarlas al balcón de las televisiones para que los que les son afines se escandalicen y no salgan de su asombro ante tantísimo disparate y los otros se muestren encantados por lo que les regocija y beneficia el espectáculo ? Los dos becarios, ascendidos prematuramente por obra y gracia de un mercado político donde prima la mediocridad, ¿ son conscientes de la que han armado, del daño que han hecho a las siglas que representan, de las expectativas que han truncado y las ilusiones cercenadas por unas actuaciones públicas impropias de personas que se presuponen maduras si bien los hechos lo desmienten ?”
Mi amigo, que es persona con valores, serio y dialogante, de talante abierto y liberal no soporta ni admite ésta lucha cainita a pantalla abierta entre dos personajes que ni se han respetado ni han mostrado el menor respeto por las gentes, que son miles, que les han votado y apoyado y que confiaban en ellos. Una confianza esfumada súbitamente y dilapidada por culpa del predominio de unos personalismos insensatos que han prevalecido sobre la fidelidad debida a unas normas de comportamiento a la altura de la responsabilidad asumida. Que hicieron trizas dos simples niñatos.