El día después del gran apagón acudo al bar que está cerca de la redacción para tomar el consabido cortado de media mañana. Vicente, el camarero, modelo de eficiencia profesional y buen trato, me susurra casi al oído: “¿ Que conclusión sacas de los de ayer ? Yo estoy convencido de que es cosa de los israelitas. Ya sabes, el gobierno incumple los contratos de compra de armamento, le devuelve las balas y ellos han dicho: ahora sabréis lo que vale un peine. He hablado con varios amiguetes que están muy bien informados y me apuntan hacia ésta teoría.»
Tras hacerme eco de ésta primicia me encuentro con un amigo, de esos que presumen de estar al día en todo lo que acontece en el mundo y después del protocolario saludo me espeta de sopetón: «¿ Que te parece lo del apagón ? Nos han acojonado y de que manera. Tengo contactos con tíos que están al tanto de lo que pasa y no albergan la menor duda: Putin ha sido el causante del estropicio eléctrico para desestabilizarnos y enviar un recadito a Europa. Ten en cuenta que apoya a los independentistas de Cataluña como ha quedado probado.»
Comentarios de ésta y similar laya los he venido escuchando éstos días, apuntando a los servicios secretos judíos y hasta iraníes para que nada falta a la hora de agitar el cocktail de la conspiración.
Para rematar la faena el presidente del gobierno culpa a las empresas eléctricas privadas del tremendo estropicio perpetrado, eludiendo deliberadamente la gestión de Red Eléctrica, que es el operador del sistema con capital estatal, que se ha salido de rositas siendo la principal responsable.
No se olvidó Sánchez al acusar a las eléctricas de dejar caer sibilinamente lo de la teoría de la conspiración, con sus palabras referidas a que «no se descarta ninguna hipótesis sobre lo ocurrido.» Ya la tenemos montada como ha podido comprobarse a nivel de calle y de redes sociales.
Luego nos hablan de bulos, de relatos de la ultraderecha, de mentiras cocinadas por panfletos. Y entretanto los conspiranoicos dando rienda suelta a sus historietas para no dormir. O para troncharse de risa. Y ahí siguen, sin vergüenza alguna.