Mantengo una larga relación de amistad de más de treinta años con Jesús Alamo. El concepto de lo que es realmente la amistad está muy depreciado y suele emplearse con excesiva ligereza. La amistad alcanza su sentido auténtico, su humana dimensión cuando hay confidencias íntimas de por medio, que no sueles transmitir ni a tus familiares más cercanos; cuando se comparten secretos personales y vivencias trascendentes que sacas a la luz con aquéllos que merecen tu confianza; cuando el afecto manda y participas de penas y alegrías que unen a quienes las viven. De todo eso podemos dar cuenta Jesús y yo a través de una relación muy estrecha, no exenta de altibajos y desencuentros y que se ha mantenido a pesar de los pesares hasta el día de hoy.
Porque conozco a fondo a Jesús Alamo, y sé de sus luces y sombras, que son las que todos tenemos, puedo hablar de su faceta personal sobresaliente que es la de empresario. De persona que jamás abdicará de ésa condición porque es lo que ha llenado su existencia, la que lo mantiene en permanente vigilia, ojo avizor en su Grupo, siguiendo sus pasos diarios y de las gentes que lo conforman. Una vocación empresarial basada en el trabajo duro, que comenzó a edad muy temprana y de cuya ejecución todavía no se ha apeado ni lo hará nunca si por el fuera. Alamo ha hecho un grandísimo camino en el sector, donde ha peleado a fondo, nunca mejor expresado, y donde no le han faltado ni los golpes bajos ni las operaciones de acoso. Pero ha salido indemne, quizás con alguna cicatriz, a base de coraje y espíritu de lucha.
Se lo dije el otro día a la cara: Guardo el máximo respeto y admiración por los empresarios que partiendo de cero han hecho del sector lo que hoy es: una industria pujante, competitiva y de vanguardia. Y entre los que el nombre de Alamo ocupa un puesto de privilegio.