La barra del bar como lugar de acomodo transitorio es una tradición muy española. Y un buen invento. La barra tiene su ambiente y su atractivo, en particular a la hora del almuerzo o el aperitivo, donde se convierte en templo laico con sus fieles de todos los días, cátedra futbolística, tertulia doméstica y confesionario público que recibe las absoluciones del hostelero que observa, sirve y calla. La barra es calor humano, confidencias, júbilos compartidos, amistosa espontaneidad y disfrute de cañas y vermús que van y vienen.
En la barra se impone la sensación de camaradería y afinidad incluso entre gentes que no se conocen. Porque en la barra se comparte todo: conversaciones, chistes, risas, penas, noticias. La barra es lugar de expansión del alma que se quita el chaleco e invita al explayamiento personal, a la confidencia, al abrazo espontáneo estimulado por el buen tinto. La barra es concierto de voces, algunas estentóreas, sinfonía de palabras y brillo de miradas.
Luis Sánchez Pollack “Tip”, humorista genial, hizo de la barra del bar su segunda vivienda. Allí alcanzó el título de cervecero mayor del reino, hizo del ingenio poesía, de la ironía un ejercicio irreverente y de su talento una exhibición permanente de lucidez, espontaneidad corrosiva y sentido de la improvisación. “Tip”, un tipo irrepetible, recordado en la barra de la Taberna Alkazar, en Valencia. Lo dicho: la barra del bar, el sueño efímero de todos los días.