José Luis Rodriguez Zapatero, personaje nefasto, es un aventurero de la política, radical y resentido. Tras su sonrisa frailuna se esconde el mayor de los cínicos. Pasará a la historia por haber sido el primer presidente de la democracia que resucitó el espíritu guerracivilista, que azuzó el odio entre los españoles, que se encargó de desempolvar la imagen de las dos Españas. Ese fue su mayor legado.
Si creíamos que en un tema como este no se podía superar la gestión de Zapatero nos equivocamos. Su predecesor y alumno ha ido mucho más allá: exhumando el cadáver de Franco y utilizándolo como propaganda política; anunciando ahora lo propio con José Antonio y aprobando una llamada ley de Memoria Democrática que es una, la que glorifica a los vencidos en la guerra civil y anatemiza a los que ganaron la contienda, culpabilizándolos de los mayores crímenes y dando una visión sesgada e interesada de la historia.
Con ésa memoria, que es pura ideología y sectarismo, lo que se pretende ochenta y dos años después de concluida la contienda civil no es otra cosa que reeducar a la juventud, adoctrinarla, inoculándole el pensamiento más refractario de la izquierda extrema: el que idealiza a los suyos y maldice a los contrarios.
Es una ley que incide en la quiebra total de los valores que inspiraron la transición, que alimenta las banderías, que instiga el enfrentamiento político hasta límites intolerables. Una ley funesta que nos pasará factura. Y esto lo escribe un hijo de republicano, azañista entusiasta y convencido, buena gente que pasó lo suyo, amante de la concordia que supo perdonar y olvidar.