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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Dry Martini

19 de julio de 2021

Sucedió en el hotel Excelsior al que acudía con asiduidad. La cita era en la barra del bar americano. René, el barman, no fallaba con la preparación de la receta habitual: dry Martini muy seco y sin aceituna, con un pellizco de corteza de limón. No había nadie aquélla tarde. Y de pronto entró ella y se encendió la luz de la vida, abriéndose las puertas del paraíso. La mujer era hermosa a rabiar. Melena rubia, ojos verdes, mirada turbadora y despidiendo un perfume propio de las damas con clase, de ésas señoras que hacen perder la cabeza. Pidió un daiquiri y cruzamos una mirada fugaz. La mía trató de ser intensa porque no podía sustraerme al embrujo de su imagen. La suya me pareció advertir que no iba más allá de una curiosidad obligada puesto que no había nadie más en quién fijarse.

Pedí un segundo Martini, me armé de valor y me acerqué a la mujer. De cerca impresionaba más su belleza, trastornaba su boca de fresa, intimidaba su estilo que desprendía la seguridad que transmiten las damas de mundo, las que se hacen de valer y pisan fuerte.

Cruzamos unas frases protocolarias, de las de salir del paso para iniciar la conversación. Y de pronto , como un relámpago de fuego, acercó sus labios a los míos y me regaló un beso largo, sensual, de los que detienen el tiempo y nos elevan todos los resortes de la sensibilidad. Un beso imposible de olvidar.

Rene, el barman, me tocó suavemente el brazo. Y oí sus palabras: “Don Juan, el tercer Martini le ha dado un ligero sueñecito, ¿ como está…? Fin del sueño eterno. Pero el sabor del beso infinito no me lo quitó nadie.