A mi buen amigo Antonio Ayala le han pintarrajeado tres veces la fachada de salones de su propiedad. Y lo han hecho para escribir “su juego es ruina” y leyendas similares. A los vándalos se les grabó cuando estaban cometiendo la tropelía pero no se les pudo identificar por ir encapuchados. Dejaron, eso sí, sus señas de identidad dibujando la hoz y el martillo, símbolos del comunismo con los que se hicieron una foto de cuerpo entero y pusieron de manifiesto como les gusta a éstos tipos dirimir los asuntos que les molestan: con nocturnidad y alevosía.
Hechos de ésta naturaleza se vienen produciendo con cierta asiduidad contra establecimientos de juego. En Madrid no hace tanto tiempo se desencadenaron ataques orquestados por afines de la hoz y el martillo que tenían como blanco ensuciar la fachada de salones y hacer un llamamiento para su desaparición.
Más allá de la reprobación que merecen acciones de semejante signo, que son un ataque a la propiedad privada y alteran la normal convivencia causando daños materiales, la lección que extraemos es que en determinados ámbitos sólo se difunde y condena la presencia de una extrema derecha ultramontana a la que hay que aislar y reducir. Y nada se dice de una ultraizquierda agreste, violenta y acosadora que muchas veces, muchas, utiliza los puños para hacer valer su credo. Conociéndolos lo de embadurnar los salones, por supuesto que es condenable, se queda en una anécdota. Lo que traigo aquí es la doble vara de medir.