Deliberadamente he dejado pasar varios días desde que se produjo el suceso o mejor diríamos el acontecimiento dada la resonancia que tuvo a nivel informativo. Me estoy refiriendo al corte de la coleta que protagonizó don Pablo Iglesias Turrión que fue portada de muchos periódicos y noticia relevante en los telediarios.
La extraordinaria divulgación alcanzada por la sesión capilar que acabó con el largo mechón del ya expolítico es prueba de que el país, o al menos una buena parte del mismo, vive de manera casi permanente en el “sálvame de luxe”, en el reality, en el aquí hay tomate, mucho tomate, y en la telerrealidad. Y así se explica que el asunto de la coleta acaparara la atención de los medios y fuera tema de debate y discusión en las tertulias, las casas, el bar y la peluquería. Un hecho así, de tantísima enjundia, merecía la atención nacional pues no suele producirse todos los días.
El corte de la coleta y su eco es un reflejo del grado de estupidez colectiva que estamos alcanzando. Y luego está lo de la acción del ególatra de don Pablo y su despedida al más puro estilo taurino, ése arte al que su formación le dispensa un odio africano. Como los grandes de la tauromaquia quiso decir adiós llamando al peluquero para la gran faena capilar. Lo malo es que se marchó sin usar apenas la muleta ni dar ni una sola tarde de gloria. Con él unicamente hubo broncas en los tendidos y malestar en la plaza llamada España.