Casi la mitad de los empleados del juego están en situación de ERTE. No lo digo yo lo asegura el Instituto Nacional de Estadística. Este es el panorama que ofrece hoy un sector castigado, maltratado, ignorado y despreciado por una mayoría de administraciones autonómicas que se han ensañado con él, que no lo han atendido ni escuchado y que con una crisis de caballo encima todavía se han permitido poner las cosas todavía más difíciles anunciando un endurecimiento de medidas.
Hostelería y juego van de la mano y han sido señalados como sectores peligrosos y están pagando por ello una elevadísima factura económica y social. Y lo están haciendo en base a criterios volubles, contradictorios y fruto de improvisaciones que han servido para dañar gravísimamente a sus establecimientos y, lo que es peor, sembrar el miedo y de paso ahuyentar las visitas a sus locales.
Lo tremendo del asunto, de ése cincuenta por ciento del censo laboral del juego en ERTE, de cientos de empresas varadas ya sin posibilidad de salir a flote y de unos efectos regresivos que todavía no se han contabilizado en su conjunto y que, en el balance definitivo, resultarán aterradores, es que éste acoso y derribo a la hostelería y juego se ha perpetrado caprichosamente, en medio de bandazos y sin que mediaran diagnósticos solventes en materia sanitaria.
Hostelería y juego se han visto inmersos en la red del juego político que con motivo del Covid-19 ha hecho trampas, mentido, confundido y cebado con unos sectores que, por su manifiesta incompetencia, tardarán en levantar cabeza. Y muchos de ellos ni eso.