Ayer se cumplieron noventa años de la proclamación de la segunda república en España. De una república de la que venimos oyendo hablar más de un tiempo a ésta parte que en los últimos cuarenta años. Lo que no deja de ser regocijante es que no son las personas mayores, las gentes veteranas y con memoria, las que sacan a relucir el tema. Estas muchas de ellas están en residencias de ancianos o andan preocupadas por la vacuna. No, los que airean el asunto un día sí y otro también, haciendo alardes de conocimiento y relatando las bondades del sistema, son un puñado de pipiolos que tocan de oído, que le han tomado gusto a la cuestión porque les entretiene y les saca del estado de aburrimiento casi permanente y porque es un motivo como otro cualquiera para salir a la calle, armar bulla, desplegar bandera y hacer ejercicios de tiro al blanco con un adoquín.
Que al cabo de noventa años estemos con la tabarra cuando el autónomo no duerme pensando como hará frente a los pagos pendientes, que lo agobian y lo llevan a maltraer. Cuando el empresario está empeñado hasta las cejas con los ICOS y no sabe como saldrá de ésta. Cuando el camarero con largos años de profesión y acreditada experiencia está haciendo extras en el bar de su calle porque el restaurante donde llevaba la tira de años se fue a pique. Cuando la gente, mucha gente, no sabe a ciencia cierta si su negocio podrá aguantar y si su puesto de trabajo quedará a resguardo del despido. Cuando medio país bosteza, ya saben porque, y el otro medio aguarda en la consulta del psicólogo, y no ignoran la razón, resulta que una pandilla de pipiolos, la mayoría con un historial de laboriosidad en blanco, es decir por estrenar, nos viene calentando la cabeza con la república, los milicianos, los fascistas y el retorno al pasado. Coño, que la calle y sus gentes están en otra onda. Con muchos problemas y mucha escasez. Con ganas de salir de ésta pesadilla que no parece tener fin. Pipiolos, cambiar de canal.