Desde el advenimiento de la democracia no habíamos contando en España con una clase política como la que en la actualidad ocupa el parlamento de la nación. Nunca hasta hoy se habían sentado en los bancos que representan la voluntad popular un conjunto de personajes tan mediocres, de tan poca calidad intelectual, de tan escasa riqueza de vocabulario, de tanta falta de ingenio y elegancia. Un vistazo al interior de las cortes españolas basta para ponernos delante de unas señorías que, en la inmensa mayoría de los casos, no hubieran tenido el menor recorrido profesional en la empresa privada, no habrían sido objeto de la menor disputa para su contratación en el mercado laboral. Muchos de éstos individuos e individuas no pasarían las pruebas de la selectividad universitaria como asegura Juan Luis Cebrián, por más diplomas o másters que exhiban, en no pocos casos otorgados a base de influencias, componendas y chanchullos. El curriculum que presentan el grueso de los padres de la patria que nos legislen es pobre de solemnidad, desprovisto de la menor brillantez académica, carente de la preparación precisa para el cometido encomendado por los votantes.
Antes llegaban al gobierno de la nación los que estaban entre los números uno de su promoción, fueron abogados, notarios, registradores, arquitectos, ingenieros, médicos y demás. Y a los partidos accedían a los puestos de mando gentes que ya en el mundo de la administración pública o de la empresa habían dejado cumplida constancia de sus dotes académicas y de su capacidad para la gestión, de su talento natural que se ponía al servicio del bien común. Este retrato político es la antítesis de hoy con una tropa que en lo ético y en lo estético forman un conjunto de puro carnaval.
Entristece y encabrita al propio tiempo la contemplación de una clase política de tan reducidos argumentos dialécticos, sólo propensa al insulto y la grosería, al slogan llamativo y el vacío conceptual. Y con unas indumentarias y unas actitudes personales impropias de la condición que ostentan. Y de la que muchos españolitos sienten vergüenza ajena.