Kayuko ha sido hasta hace bien poco una de las buenas marisquerías de Valencia. Ha estado en primera línea por espacio de más de treinta años siendo en tan largo período fiel a una filosofía hostelera de la que jamás se apeó, ni en las épocas más complicadas y que tuvo en la gamba rayada de Denia su banderín de enganche, su toque de gloria gastronómica.
He sido cliente de Kayuko desde la inauguración del establecimiento. Y lo venía frecuentando desde entonces con muchísima asiduidad. Comía allí muy a gusto y me sentía excelentemente tratado, algo que siempre me ha servido a la hora de mostrar fidelidad a un restaurante. Entre las paredes y las mesas del Kayuko he vivido muchos acontecimientos familiares, algunos de los cuales perduran con fuerza en la plaza mayor de la memoria. Momentos de afectos compartidos e intensidad emocional, momentos de felicidad a los que contribuían las excelentes viandas acompañadas de mariscos y pescados de los de quitarse el sombrero. También en el plano profesional Kauyko ha sido escenario de muchas citas con destacados representantes de la industria del juego y sirvieron de punto de cita en los inicios de EXPOJOC, donde empresarios y administradores compartieron brindis y cordialidad en amable compañía.
Un halo de melancolía me embarga en éste adiós inesperado, en este cierre de Kayuko. Son muchas las vivencias acaecidas en aquel escenario familiar y entrañable, donde había enmarcado un artículo de quién esto escribe en el que dejaba constancia de mi admiración por la casa, por su bien hacer y servir, por su irrenunciable línea de conducta. Jesús Piris, propietario y amigo, ha sido en Kayuko un hostelero que ha dado pruebas de honestidad profesional, de tratamiento cuidadoso con los productos ofertados, de cultivar una serie de reglas que están en desuso en la hostelería de hoy y a las que él jamás renunció. Digo adiós a Kayuko con la emoción de quién lleva muy dentro su imagen y sus recuerdos.