Juanjo Sánchez Colilla, buen amigo y abogado muy bregado en diversos frentes, me comenta: “Llamas a las puertas de los representantes políticos de todos los colores y cuando se percatan de que queremos hablar del juego salen huyendo, se les eriza la piel y ponen pies en polvorosa.”
Las palabras del letrado reflejan con grafismo contundente, no exentas de sentido del humor, una realidad existente del juego respecto a la clase política, sin excesivos distingos en líneas generales. Los políticos, y no hay nada más que remitirse a los hechos, sienten una especie de sarpullido cuando del juego se trata, y huyen del cara a cara con el empresario, del roce y de la comunicación con sus representantes, de un diálogo que debería ser tan normal como necesario, habida cuenta que el sector y las administraciones son socios por decreto de un negocio que explotan a medias.
El político elude por sistema y porque se siente incómodo el contacto con el juego y sus gentes. Y si no puede evitar el cara a cara se limita a lo que también aprendido tienen los supuestos padres de la patria: escuchan con relativa atención y acto seguido largan sus peroratas, sus cantinelas de que toman nota, lo tendrán en cuenta y harán las gestiones oportunas para solucionar el asunto. Y al final las palabras se evaporan en el aire, si te he visto no me acuerdo y todo queda, ineludiblemente, en un intento estéril del que es mejor olvidarse. Y si hablamos de políticos populistas entonces descartamos hasta las buenas palabras. Estos te desengañan desde el momento uno con su crítica sin paliativos. Ya saben: o huyen o te condenan.
