Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

El bueno de Quique

4 de marzo de 2021

Lo dijo César González Ruano, cuya sombra literaria me sigue dando cobijo, afirmando que en España se enterraba como en ningún otro país del mundo. Aquí cuando te despides para ir al otro barrio nunca falta el incienso en tono de alabanzas, de qué bueno y noble era el finado, cuantos valores atesoraba y lo mucho que le admirábamos y queríamos por sus dotes naturales y su conducta ejemplar. Todo un cúmulo de lisonjas cínicas que le fueron hurtadas al personaje al transitar entre nosotros, sin que le faltaran por otro lado las críticas aviesas o el deliberado desdén. Y en la hora del adiós ya sabe: adelante con el botafumeiro.

Saco esto a colación al comprobar las reacciones que ha provocado el fallecimiento del actor Enrique San Francisco. Resulta que a su trayectoria profesional no se le hizo excesivo caso, por no decir ninguno. Y que su notoriedad pública tenía su origen en una vida golfa que estaba despeñándose y de la que el interesado supo salir a tiempo para no acabar como la mayoría de sus amigos.

Los elogios han llovido sobre la figura de San Francisco, que trabajaba cuando podía, vivía con estrecheces y sólo sus apariciones en televisión certificaban que seguía, mal que bien, al pie del cañón. Lo vi hace unos años en la inauguración del casino de Illescas. Allí estaba el bueno de Quique con sus ojos de rana asustada, su voz rota y su cerveza en la mano como símbolo de una afición que jamás decaía. Hizo en aquel bolo sonreír a la gente con su seriedad monologuista y sus chispazos inteligentes. En corto daba la impresión de ser buena gente y un talento desaprovechado entre las brumas del desarraigo. Seguro que habría agradecido entonces el aplauso múltiple que ahora se le ha dedicado. Vale reafirmarse: continuamos enterrando fenomenal.