El teatro de la Zarzuela, de Madrid, escenificó hace dos años la revista musical que lleva por título “24 horas mintiendo”. Se trata de un enredo de corte vodevilesco en el que todos los personajes que intervienen mienten de manera constante para engañarse entre sí. La catarata de mentiras que se suceden da origen a situaciones hilarantes que invitan a la risa del espectador.
Viendo la citada obra recientemente por televisión me surgía por afinidad la estampa de la España política de hoy donde la mentira entra de lleno en la normalidad cotidiana. Es aceptada y no rebatida con escandalosa naturalidad sin que merezca objeción por las grandes cadenas de televisión que entran en juego, con descaro y sin empacho, en la ronda de los embustes políticos que se han institucionalizado como práctica habitual. Y aquí todo el mundo es consumidor de patrañas sin cuento que se tragan sin pestañear y en medio de plácidas digestiones mentales.
El gobierno de España, empezando por el presidente y continuando por destacados miembros de su gabinete, se aplica con entusiasmo desmedido a lo de 24 horas mintiendo. Lo hacen sin música del maestro Alonso y sin pizca de humor ni gracia, pero nadie puede negarles entusiasmo y afición por el embuste. Para ejercitarse en el arte de la mentira cuentan con una tropa de asesores especializados, maestros de la falacia y de la venta de humo, que les confeccionan los bulos a la medida. Y así, entre mentiras que van y vienen, discurre la vida de un país engañado cuya idiocia manifiesta le hace consumir a la carta, con sumo placer, el menú diario de las mentiras. Que sonrojan al más incrédulo.