El fallecimiento de Sheldon Adelson me trae a la memoria recuerdos vividos en la joya de su corona, The Venetian de Las Vegas, un hotel de cuento de hadas, como lo es casi todo lo concerniente a una ciudad que se debate entre la fantasía, el exceso y los sueños. Visite en varias ocasiones el Venetian acompañando a mi gran amigo Carlos Vazquez Loureda, un águila del juego que sentó cátedra de sus conocimientos en España y Argentina, donde lideró uno de los grupos empresariales más potentes e innovadores en materia de bingo y salas de oferta múltiple.
El Venetian de Aldeson te transportaba al corazón de la ciudad de los canales, con sus puentes, sus góndolas y sus gondoleros que cantaban canciones napolitanas. Eran las once de la mañana y te quedabas extasiado contemplando el cielo estrellado de Venecia, con su noche mágica que desprendía un halo de romanticismo del que no te podías sustraer. Y al rato estabas paseando por la plaza de San Marcos dorada por el sol que hacía brillar sus mosaicos. Y escuchabas a lo lejos el fragor de la batalla que se libraba enfrente, en el hotel de la Isla del Tesoro.
Sin salir de la calle principal de Las Vegas te metías en la Roma de los emperadores, el París de los cabarés o el espectáculo increíble de Celine Dion. Y te ponías a soñar despierto y a vivir en un estado de irrealidad, alrededor de una colosal urbe de cartón piedra que fascina, que es excesiva y hortera, que deslumbra y enloquece pero que supo atraparme y conquistarme. Por lo que le doy las gracias a Adelson y a su The Venetian y su magia que envuelve y te devuelve a los cuentos del nunca jamás, transformándote en un Peter Pan cualquiera.