La familia de Pilar Casas, esposa de mi amigo Pepe Ballesteros, ha sentido la pasión por el viñedo que le viene de varias generaciones. Sus abuelos y padres dejaron constancia de su amor por la uva, a la que daban un tratamiento especial para convertirla en vino mediante procedimiento artesanal en las tierras de Toro. Esa inquietud, ése querer hacer honor a la herencia recibida por Pilar hizo que Ballesteros, empresario siempre abierto a todo tipo de aventuras por arriesgadas que sean, asumiera también la pasión por el cuidado y tratamiento de las cepas y se metiera de lleno, con muchos grados de ilusión, en el universo siempre exigente y complicado del vino. Y en 2015 inició el ambicioso proyecto de crear Pago de Marinacea la marca que partiendo de unas cepas centenarias ofrece una gama de tintos, que he gozado de la oportunidad de probar, realmente admirables, dignos de ser paladeados con extremo deleite.
Pagos de Marinacea, en su versión roble, crianza y reserva son una invitación para disfrutar del placer del buen vino, el que está elaborado con el cuidado y la querencia que le prestan quienes han puesto en sus procesos creativos ése entusiasmo generoso que nace del apego a la tierra y al milagro que representa sus frutos, en éste caso unos viñedos que han sido mantenidos y mimados a lo largo de muchos años.
Si la puesta en marcha de cualquier iniciativa empresarial está erizada de dificultades la relacionada con la viticultura lo está mucho más. De ahí que merezca justo reconocimiento el esfuerzo, fruto de la pasión, de Pepe Ballesteros de hacer realidad el sueño de Pilar Casas con Pago de Marinacea y unos vinos ante los que hay que descubrirse. Y yo lo hago con sumo gusto.