El adiós de Mario Vargas Llosa conmocionó al mundo de la cultura, al universo de las letras. Se ha ido un gigante de la palabra, de la narrativa, del pensamiento puesto al servicio de unas obras de ficción que tuvieron la virtud de emocionar y apasionar a millones de lectores. Siendo un chaval devoré Conversación en la Catedral y Pantaleón y las Visitadoras. Ya en la madurez La casa del Chivo me reafirmó la grandísima estatura literaria de un novelista de personalidad muy singular que jugaba con las palabras de manera maestra hasta hacer de sus relatos un ejercicio magistral de armonía y belleza, toda una sinfonía de emociones que llegaban al alma hasta conmovernos en lo más profundo de nuestro ser y sentir.
Todos los medios informativos al hacerse eco de su fallecimiento rindieron un tributo de reconocimiento inmenso hacia la figura de Mario Vargas Llosa, que nos ha dejado un legado único y colosal, una colección de títulos que sabrán imponerse al paso inexorable del tiempo para dejar permanente constancia de su fuerza creativa, de su dominio absoluto del idioma — ése castellano cincelado con mano prodigiosa –, de su genio para crear atmósferas y personajes que nos hacían cómplices apasionados de sus peripecias vitales.
Junto al homenaje unánime a una figura de la talla inmensa de Vargas Llosa no han faltado las salidas de tono, los titulares propios de un periodismo que vive de la banalidad, el escándalo o la simple idiotez. Repasando la prensa del día, cuya principal noticia es la muerte del escritor leo: «Falleció Mario Vargas Llosa, premio Nobel y ex de Isabel Preysler.» El autor de semejante papanatismo parece querer asociar los méritos inmensos del escritor a su vinculación sentimental durante una corta etapa de su existencia con la llamada reina de corazones, con la musa inmarchitable de «Hola» que pongo en cuestión sepa mucho de la obra del novelista. Lo suyo son los saraos de la jet previa emisión de la correspondiente factura.
Despedir a Mario Vargas Llosa significa rendir homenaje de gratitud y admiración hacia un hombre que forma ya parte de la historia de la literatura universal. Un fabulador poderoso, con nervio e imaginación. Un orfebre de la palabra. Despedirlo con una frivolidad denota la gilipollez que anida en un segmento del periodismo actual, tan pagado de sus cualidades. Como objeto de suspenso en cultura. Y en un tratamiento medianamente riguroso de los hechos que acontecen en el día a día.