El gobierno que nos ha tocado en suerte, madre mía que suerte, le ha tomado gusto al verbo prohibir. Le tomó afición con motivo de la pandemia y luego se ha ido engolosinando con lo de gobernar a golpe de decreto pasando del parlamento. Y lo cierto es que el ejecutivo de don Pedro Sánchez cada vez se muestra más proclive al ejercicio del ordeno y mando, del esto no se hace y aquello tampoco. En definitiva lo que acontece es que estamos asistiendo, impasible el ademán por otra parte, a una gradual imposición de medidas que coartan las libertades individuales.
La cuestión se complica, además, porque el vice del gobierno, don Pablo Iglesias, se ve asaltado con mucha frecuencia por unos irrefrenables accesos totalitarios, que en el fondo comparte el presi, y que quieras o no van erosionando lenta pero imparablemente la normal convivencia en libertad. Una libertad que puede verse amenazada si es sometida a criterios restrictivos que responden a planteamientos ideológicos de un signo muy concreto.
No es noticia saludable que un gobierno se vaya afanando, poquito a poquito pero siendo jaleado por los de su cuerda, en la aplicación del verbo prohibir. Porque se empieza la escalada pasito a pasito y sin que la ciudadanía se vaya percatando, o la vaya aceptando de buen grado, y se termina emulando a democracias, entre comillas, tipo Maduro o Putin. Que son dos ejemplos para echarse a temblar. De miedo, naturalmente.