Han sido bingos cuyas trayectorias en su época los convirtieron en leyendas urbanas. Salas que ocuparon lugares de preferencia en los gustos del público, que gozaron de su favor y de una concurrencia tan fiel como numerosa y que, de golpe, se fundieron en negro y dejaron de funcionar causando un vacío enorme en su radio de influencia.
Me quiero referir hoy, en éste ejercicio de evocación en busca del tiempo perdido, a dos bingos que fueron emblema de Valencia, que ejercieron un fuerte atractivo y que sorprendentemente se vieron obligados al cierre tras un funcionamiento espléndido que fue decayendo de forma tan imprevista como acelerada. Hablo de los Bingos GRAN VIA y SAMOA, dos salas muy distintas entre sí tanto por su concepción y estética como por las características de su público, que estuvieron en lo más alto y que de pronto se precipitaron hacia un final que en modo alguno podía presagiarse.
Viví muy de cerca la singladura del GRAN VIA, cuando lo comandaba mi amigo del alma Lolo de Luz. Un gestor pendiente del detalle, de la atención solícita al cliente, que cuidaba mucho las formas y estaba remozando el local de continuo con el fin de que su público, con abundante presencia de la burguesía valenciana, se sintiera muy cómoda y a gusto en sus instalaciones. Hasta que lo llevó De Luz el GRAN VIA mantuvo la estampa de sala influyente y con recursos suficientes para mantener la fidelidad de su parroquia. Fue venderse y pasar a otras manos empresariales para iniciar una fase de decadencia que acabó con el cese del negocio.
SAMOA, con Ramón Romero en el puente de mando y su hermano Rafael contribuyendo en tareas directivas, era un polo de atracción obligada para su amplia zona urbana. La asistencia registrada a diario se multiplicaba, en parte por la comodidad que ofrecía un parking de proporciones más que considerables que también brindaba mucha discreción. Estando en plena cresta de la ola cerró durante un período prolongando para acometer una serie de reformas. Aquél paso no midió su alcance y al retomar la actividad buena parte de su clientela había optado por otras alternativas y todo desemboco en una triste, muy triste despedida.
Es la crónica, si me apuran amarga, de dos bingos que lo fueron todo y acabaron en la nada. Que vivieron muchos días de vino y rosas, de aniversarios sonados y terminaron con un adiós que quizás no merecían.